miércoles, 8 de marzo de 2017

El vigilante de la torre más alta del mundo pasaba cada día delante de mi cuando volvía de desayunar y me invitaba a subir. 
Cada día me hablaba de las vistas envidiables, de cómo el viento se agitaba más frío por un lado que por otro. Me contaba cómo las gotas de rocío se agrupaban cada noche dejando dibujos casi mágicos en la barandilla. Los días que iba sin prisa, me daba detalles y más detalles de lo que se podía soñar desde allí...

Un día, me decidí a subir corriendo hasta el final de la escalera, pero al llegar arriba, sin aliento, el vigilante acababa de darse la vuelta después de cerrar la puerta con llave... Igual nunca tuvo intención de dejarme entrar...

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