lunes, 18 de julio de 2016

En los últimos dos meses me han contado cinco o seis finales distintos para el mismo cuento.

En uno Bella se marcha de fiesta en fiesta con la tetera y cuelga todas las fotos retocadas de su escapada en Instagram. En otro Bestia se da de alta en una web de contactos de barbudos y consigue más amigos de los que puede gestionar. Hay otro en el que las vajillas dan rienda suelta a su creatividad y montan su versión del Circo del Sol; que acaba en tragedia cuando se rompe la cuerda sobre la que hacen equilibrismos y aterrizan contra el suelo. En otro bastante soso, Bella y Bestia se apuntan a un grupo de costura de alfombras para tapar con ellas los suelos del palacio y evitar el molesto ruido de las patas de Bestia de madrugada, y terminan vendiéndolas en su página web y creando un emporio textil cotizado en bolsa. El más aterrador es en el que se inicia una glaciación inesperada que  crioniza la rosa cuando aún le quedan dos pétalos, pero con ella se congelan todos los personajes, menos uno...

Y hoy, justo hoy, me han contado el final número siente: Nada más empezar la historia, Bestia, le manda un WhatsApp a Bella: "Te espero en la plaza en 15 minutos. Nos besamos ya. Y el tiempo de andar peleando y demás, vamos a disfrutar de la vida, que no es poco. "

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